A los 19 años me casé y a los 20 cumplí mi más grande ilusión: nació mi primer hijo y, pasé de ser la hija que abre la nevera para comer de lo que hay, a ser la responsable de que en la nevera hubiese algo que coger, para lo que disponía, sinceramente, de pocos recursos.
A los 26 años tuve a mi segundo retoño, una hermosa niña, y a los 32, de nuevo, otra niña, preciosa.
A mis 40 compramos nuestra primera casa. Yo siempre había querido una casita con jardín y, nuevamente, cumplí mi ilusión, pues la casita tenía una gran parcela y una bonita piscina... plantamos algunos árboles frutales, arreglamos el huerto y empezamos a disfrutar de una nueva vida en otro entorno, en la montaña.
Para aquel entonces, tanto mi esposo como mis hijos ya estaban acostumbrados a que las musas me visitaran cíclicamente y, por aquellos días tuve un pensamiento inquietante, había cumplido todas mis ilusiones: casarme con un hombre maravilloso, tener a mis hijos que eran mi mayor logro, tener una casa con jardín... pero mi ilusión más añeja, la que me acompañaba desde mi niñez, no estaba cumplida: tenía que escribir una novela. Me puse como meta que yo, no tuviera más de 50 años para que la novela fuera publicada.
Fue una decisión secreta que no compartí con nadie.
Y, a los 55 años aún no había escrito ni una sola palabra de aquella decisión.